El escándalo en el Monasterio de San Habacuc
El escándalo en el Monasterio de San Habacuc se desató con tal rapidez que, incluso antes de ser de conocimiento público, todos los implicados ansiaban una resolución expedita. Los monjes estaban dispuestos a disculparse y desaparecer, evitando así el bochorno y las posibles sanciones disciplinarias. Por su parte, el obispo Isaías, quien había iniciado la investigación, buscaba cerrar el caso de inmediato para evitar verse implicado en el asunto.
El arzobispo, por su lado, prefería que el tema no figurara en la agenda eclesiástica. Su deseo era que se resolviera antes de Semana Santa para evitar un escándalo entre los fieles. Sin embargo, la reacción del público ante la situación no fue de escándalo, sino de mera curiosidad y entretenimiento. La antigua máxima de “dar mala fama y colgar al perro” ya no parece aplicarse en estos tiempos, ni para laicos, ni clérigos ni para nadie.
Lejos de cerrarse rápidamente para evitar la exposición de situaciones embarazosas, el caso ha llegado a un punto muerto donde nadie desea cerrarlo o abrirlo verdaderamente. Incluso los hechos presenciados, que fueron absolutamente reales, como la presencia del ex jefe de policía y un líder partidista durante el conteo de dinero, la gran suma encontrada en el monasterio, una mujer azotada por un monje, los supuestos milagros, diálogos entre monjes, la venta de bienes espirituales y materiales, y la instalación de cámaras que grababan audio y video tanto dentro como fuera del monasterio, parecen desvanecerse.
Al final, solo podrían quedar como cargos la importación ilegal de ciervos y la construcción de edificaciones sin los permisos necesarios. Todo lo demás está siendo puesto en duda. Los implicados han tenido tiempo suficiente para recuperarse del impacto inicial y reagruparse, creando versiones para todos los escenarios posibles o recordando con exactitud cómo acabaron ochocientos mil euros en la caja fuerte.
Además, han demostrado ser astutos estudiantes de psicología humana: así como las personas pueden creer fácilmente que con una poción mágica y una donación se puede concebir un hijo, también pueden ser convencidas de cualquier otra cosa. Por ejemplo, la asistencia de ochocientos mil personas o el papel de los comisionados del trono, o la instalación de cámaras que por un error técnico (quizás voluntad divina) registraron todo.
Por ahora reina un silencio ensordecedor y lo que llega a ojos del público, se disipa con facilidad.
